Europa, ese viejo continente que un día fue la cuna de la innovación, se está quedando como ese amigo que siempre llega tarde a la fiesta. Mientras China y Estados Unidos se pelean por ver quién lidera la revolución tecnológica, nosotros seguimos sentados, poniéndonos normas a nosotros mismos, discutiendo sobre cómo se tiene que poner el taponcito a las botellas de plástico. Regulación tras regulación, como si eso fuera a devolvernos el liderazgo que perdimos hace ya mucho tiempo.
Aquí te voy a contar por qué, si seguimos así, nos vamos a quedar mirando mientras otros mandan. Y no te lo digo yo porque me guste ser cenizo, te lo digo porque los números y los hechos cantan. Vamos al lío.
Perdimos el tren de Internet, y ahora estamos perdiendo el de la Inteligencia Artificial
Primero, un recordatorio rápido de nuestra brillante trayectoria. La revolución de Internet pasó, y mientras Estados Unidos daba a luz a Google, Amazon y Facebook, en Europa estábamos más preocupados por regular que por crear. El resultado: nos quedamos fuera del juego. Ni una sola empresa europea ha conseguido alcanzar el nivel de las grandes tecnológicas americanas.
Y ojo, no es que aquí no haya talento o ideas. Las tenemos, y de sobra. El problema es que innovar en Europa es como correr con una mochila de piedras. Lo que en Estados Unidos o China es terreno fértil para emprender, aquí es un campo minado de normativas, impuestos y regulaciones que te hacen preguntarte si vale la pena intentarlo. Adivina lo que hacen muchos emprendedores europeos: se largan. En los últimos años, un 30% de las startups europeas valoradas en más de mil millones de dólares (los famosos «unicornios») han trasladado su sede fuera del continente. ¿Por qué? Porque aquí es imposible competir con tantos obstáculos.
El plan de Draghi: tarde y mal
Y ahora llega Mario Draghi, el ex del Banco Central Europeo, con su informe sobre la competitividad de Europa. No sé qué es peor, el diagnóstico o las soluciones. El diagnóstico nos lo sabemos de memoria: Europa está perdiendo productividad, estamos quedándonos atrás frente a Estados Unidos y China, y lo más divertido de todo es que parece que nadie en Bruselas se había dado cuenta hasta ahora.
¿Y qué proponen? Pues lo de siempre: gastar dinero que no tenemos, aumentar la deuda (cosa que nos va a salir por un ojo de la cara) y regular más. Exacto, más normas, más trabas, como si eso fuera a salvarnos. Pero claro, ¿quién va a ser el listo que se atreva a desregular? Eso sería un escándalo. Aquí lo que mola es seguir poniendo reglas, aunque eso nos condene a la mediocridad eterna.
Regulamos mejor que nadie, pero no innovamos un carajo
En Europa somos campeones mundiales de una cosa: regular. Nos encanta. Y no digo que no sea necesario poner algunas reglas, pero, ¿a qué precio? Nos estamos asfixiando. Mientras Estados Unidos y China apuestan fuerte por la inteligencia artificial, aquí estamos más preocupados por cómo regularla. Es como si, en lugar de inventar la rueda, nos hubiéramos pasado siglos discutiendo qué grosor debe tener.
Europa produce una cantidad desproporcionada de leyes y regulaciones que, lejos de fomentar la innovación, la frenan en seco. ¿El resultado? Menos innovación y más burocracia. Y el mercado no perdona. Aquí no basta con tener buenas ideas; si las ahogas antes de que lleguen a ser algo, te quedas en nada. De hecho, mientras en Estados Unidos el capital fluye hacia la tecnología, aquí seguimos obsesionados con regular cada centímetro.
La brecha tecnológica: cada vez más lejos
En el informe de Draghi, se menciona lo evidente: Europa está quedándose rezagada a un ritmo alarmante. ¿Sabías que desde los años 50 no había tantas personas en riesgo de pobreza en Europa? Eso es lo que pasa cuando te quedas atrás. La distancia en PIB per cápita, productividad y competitividad entre la Unión Europea y Estados Unidos o China no ha hecho más que crecer. Y lo más inquietante es que la tecnología no nos está salvando. Mientras en Silicon Valley las empresas tecnológicas explotan con valoraciones que superan el billón de euros, aquí llevamos más de 50 años sin una sola empresa europea que llegue a los 100.000 millones.
Es más, la inversión europea en investigación e innovación es ridícula en comparación con la de Estados Unidos. Por poner un ejemplo, en 2021, invertimos 270.000 millones de euros menos que ellos. Luego nos sorprendemos de que no somos competitivos. Claro, si en vez de invertir en tecnología seguimos obsesionados con la industria automotriz de toda la vida, pues pasa lo que pasa.
Menos regulación y más acción
Europa está en una encrucijada, lo dicen todos los informes, y las decisiones que tomemos ahora van a determinar si seguimos siendo un continente relevante o nos resignamos a ser secundarios. Mientras los otros apuestan fuerte, nosotros seguimos nadando en nuestra piscina de reglas. El problema es que cuando nos demos cuenta, ya será demasiado tarde.
Lo que necesitamos es menos regulación y más acción. Menos miedo a innovar y más valentía para crear. Porque si seguimos en esta línea, vamos a ser los espectadores del futuro que otros van a construir. No se trata de ser imprudentes, pero tampoco podemos seguir lastrando nuestras oportunidades con un exceso de normas que ahogan cualquier intento de avanzar.
Así que ahí lo tienes. Europa tiene el talento, tiene las ideas, pero no tiene la capacidad de ejecutar porque se lo impide a sí misma. Mientras otros avanzan a toda velocidad, nosotros seguimos atrapados en la burocracia, regulando hasta el último detalle y dejándonos llevar por las mismas políticas que nos han llevado a este punto.
La elección es clara: o apostamos de una vez por todas por la innovación y dejamos de frenar a nuestras empresas, o nos resignamos a ser el continente que pudo ser pero nunca fue. Y si no cambiamos ya, no habrá marcha atrás.